lunes, 22 de octubre de 2012

Ser tía: un regalo de la vida

Hace exactamente un año, un viernes 07 de octubre de 2011 a las 19:30 nos sacábamos nuestra primera foto.

Minutos antes me mirabas por primera vez. Desde hacía una hora y media yo no dejaba de mirarte pero vos dormías, hasta que te despertaste, y con los ojitos aún cerrados, apenas escuchaste mi voz giraste tu cabecita para donde yo estaba... y nunca más volví a ser la misma.

En realidad todo empezó a cambiar desde aquél 28 de marzo que tu mamá me dijo: "vas a ser tía", era la primera vez que me decían algo así y a través de sus palabras empezaba a experimentar lo hermoso que es que alguien tan chiquito e indefenso 'dependa' de vos. Cada vez que estaba mal tu mamá me decía: "mi bebé no te quiere sentir triste" y eso era suficiente para entender que no todo podía ser tan doloroso.
Así fue pasando el tiempo, la panza empezó a crecer, me pateaste por primera vez y fue motivo suficiente para quedar muda (y faltar a la facultad, pero vos no digas nada) situación muy rara en mí.

Cuando me estaba por ir de la clínica tu papá me dijo: "¿lo querés tener a upa?" y ahí sellamos algo que solo nosotros dos tenemos. Apoyé tu cabecita en mi brazo derecho, te acomodaste, y cuando te acerqué mi dedo índice a tu manito, lo apretaste y ya las lágrimas no se contuvieron más. Todos hablaban y nosotros nos estábamos sintiendo por primera vez, aunque parecía que nos conocíamos de toda la vida.

Ese día volví a mi casa siendo una persona diferente. Ese día empezamos a crecer juntos en esta hermosa relación que me da mucha felicidad. En la que siento que, como vos, aprendo cosas todos los días. En la que proyecto todo el tiempo cuando pienso en lo grande que estás y apenas tenés un año.

Y en la que me emociona minuto a minuto, motivo por el que no puedo escribir más, porque las lágrimas no me dejan ver la pantalla.

Feliz Cumple Sobrinito. Gracias por convertirme en Tía y hacerme tan feliz.

Te Amo.

viernes, 24 de febrero de 2012

Autobiográfica

Llegué al mundo un lunes, 27 de octubre de 1986, a las 8:50 de la mañana. Increíblemente madrugué para nacer, porque desde ese día detesto levantarme temprano. Según cuenta la madre que me parió, le atrasaron el parto. Las contracciones empezaron el domingo a la tarde y como era domingo… en fin, ustedes saben, burocracia. Con este dato llegué a la conclusión que por ese motivo adoro trasnochar y disfruto tanto de la soledad de la noche, me hicieron hacer cola para nacer.

Tengo memoria auditiva. Me encantan los sonidos y las escenografías que se pueden armar con ellos. La música. Escuchar. Escucharme. Escucharlos. Me encanta prestar atención a la melodía de las palabras, la entonación, la firmeza o no al pronunciarlas. Eso me llevó a encontrar mi primera vocación: ser productora de radio. Un medio de comunicación que me acompaña desde que nací y me enseñó a imaginar.
Por otro lado tengo memoria visual y creo que una imagen dice más que mil palabras. Eso me llevó a enamorarme de la fotografía y a ser un obturador constante de todo lo que me pasa para guardarlo como una postal.
Nunca me gustaron los números. De hecho creo que solo dividen, aunque intenten sumar, restar o multiplicar. Las cifras siempre dan las peores noticias, el resultado de un partido, un sueldo mal pago, la temperatura, porcentaje de desempleo, de inflación, de producción. En cambio las palabras unen, amenizan, tranquilizan, humanizan, acercan, enamoran, y hasta la peor tragedia, bien relatada no parece ser tan grave. Eso me llevó a encontrar mi segunda vocación: el periodismo.
La comunicación es la base y los cimientos de mi vida. Y para ello utilizo los cinco sentidos. Siempre atenta. Siempre pendiente. Siempre escuchando, viendo, degustando, olfateando y tocando la realidad que me atraviesa.

Cuando era chica me gustaba pintar. Y es el día de hoy que me encantan los colores. Estoy convencida que modifican el ánimo. Pero como no se pintar, pinto con las palabras. Es mi forma de darle un arco iris diario a la vida.

Me encanta el olor a libro o revista nueva. Y el olor de la lluvia. Placeres gratuitos.

No sigo modas de ningún tipo. Y es muy raro que lleve una remera con la cara de una personalidad que me guste. Porque creo que no hay nada más original que ser uno mismo y tener fundamentos para demostrarlo. Sino sería un: “soy ésta remera”, o sea: soy otra persona.

Disfruto de estornudar, bostezar y suspirar. Son como los botones de emergencia de nuestro ser y por qué no los termómetros naturales de nuestro entorno. El suspiro te indica placer, el bostezo aburrimiento o un espacio no agradable y el estornudo cierta alergia a lo que nos rodea.

Siempre dije que soy una mezcla de Mafalda, Lisa Simpson, Enriqueta y Matilda. Utópica. Idealista. Extrasensorial. Aquélla que cree que los imposibles son posibles. Que si cada uno hace lo que le corresponde como ser humano, la sociedad sería otra. Que no hay que cambiar al mundo, sino que tenemos que cambiar nosotros. Que mira todo el tiempo las pequeñas cosas que pasan sin pena ni gloria pero que son las más lindas de la vida.

Cuando tenía cinco años mi abuela decía que por mis actitudes y verborragia era una adulta adentro del cuerpo de una nena.
Por otro lado una vecina mayor siempre se acordaba de una anécdota de cuando tenía esa edad. Una vez mi mamá fue a llevarle algo, conmigo, a la hora del almuerzo y ella me convidó lo que comía, milanesas, cuando quiso cortarme un bocado, al ver su intención le dije: “no deja, yo puedo sola”, acto seguido agarré los cubiertos, corté y comí. De chiquita quería valerme por mi misma y no esperar a que los demás hicieran las cosas por mí. Ahora te digo que las cosas hay que vivirlas, no te las tienen que contar. Y que jamás esperes que alguien haga algo por vos, te podes llevar decepciones y en el mejor de los casos no quedarte conforme.

Hay una cosa que me genera vicio y que cuando empiezo a consumirlo hasta que no termino no paro: el jugo de naranja o pomelo recién exprimido. Una adicta new age.

Andar en bicicleta tiene varios significados para mí. Por un lado es ser concientes de que tenemos que tener nuestro propio equilibrio en la vida para no caernos. Por otro, que para avanzar hay que pedalear, o sea: movernos, somos nuestro propio motor y le damos la velocidad que queremos. Y por último, somos nuestra propia carrocería, o nos protegemos de los golpes o sufriremos las consecuencias. Una metáfora didáctica.

Soy de las que piensan que los abrazos son sanadores. Que al hacerlo intercambiamos energía. Y el gesto ya dice mucho. El simple hecho de abrir los brazos para recibir a alguien y envolverlo no es poca cosa. Es un acto involuntario. Pero que nace o no nace. Y ese detalle no es menor. Es parte del lenguaje corporal al que presto atención todo el tiempo. Y soy una gran abrasadora porque me encanta que me mimen.

Para mí la radio mal sintonizada es más irritante que una gotera. He dicho.

Tengo una maestría en esquivar personas en grandes amontonamientos. Y creo que tiene que ver con que soy muy expeditiva. Aunque reconozco que a veces dejo todo para último momento, porque cuando trabajo bajo presión es cuando mejor me salen las cosas.

Si la tormenta es de noche, me encanta irme a dormir escuchándola. Si es de día disfruto salir a caminar o andar en bicicleta debajo de ella. Y si es verano, la pileta con lluvia es lo más gratificante.

Soy escorpiana, y eso me lleva a ser como el ave fénix, muero y resucito todo el tiempo. La vida no me pasa, me atraviesa y es por eso que sigo el curso de una novela: principio, nudo y desenlace.

Sufro de verborragia oral y escrita. Si estoy callada o escribo poco, preocupate.

Mi vieja de Boca, mi viejo de River, yo de Vélez. Mi viejo ketchup, mi vieja mayonesa, yo salsa golf. Mis viejos Movistar, yo Personal. Siempre, siempre, fui por el camino diferente. Como esos, mil disparadores más.

Soy de las que van sonriendo por la calle para ir desentonando con el resto. Y aquellas que saludan al llegar a un lugar, piden las cosas por favor y agradecen y se disculpan si hizo algo mal. Casi una especie en extinción.

A pesar de la tecnología y de la practicidad de las biromes, las cosas importantes las escribo con pluma. Y qué lindo momento cuando se queda sin tinta y tengo que cambiar el cartucho.

No se cómo llegué hasta acá. Pero todos dicen que es difícil describirse. Y yo creo que los pequeños actos y los más insignificantes detalles hablan de uno mismo y dicen mucho. O al menos es una buena manera de empezar.